El Espejo Fragmentado es una deriva visual sobre la identidad contemporánea entendida no como un núcleo estable, sino como una superficie mutable en constante negociación. La serie propone que el “yo” no es una figura sólida, sino un eco refractado que se construye y se deshace en simultáneo.
El proyecto utiliza el formato medio analógico no como un gesto nostálgico, sino como un lenguaje sensorial: la materia del grano, su imperfección y su latencia actúan como recordatorio de que la imagen, como la identidad, siempre está en riesgo de desbordar su propia forma.
La presencia de espejos, superficies húmedas, elementos geométricos y encuadres desplazados funciona menos como símbolo directo y más como una topografía de la percepción, un espacio donde la figura intenta reconocerse mientras se fragmenta. El retrato deja de ser un registro del rostro para convertirse en un ensayo visual sobre lo que permanece cuando la imagen se fractura.
El sujeto nunca se entrega por completo: aparece velado, multiplicado, descentrado o absorbido por la materia lumínica. Esa resistencia a la nitidez se vuelve el hilo conductor del proyecto: la identidad como un fenómeno táctil, volátil y en perpetua fuga.
Este cuerpo de trabajo no busca representar quién es la figura, sino iluminar el espacio intermedio donde el yo se repiensa, ese lugar ambiguo donde convivimos con versiones contradictorias de nosotros mismos. Las imágenes funcionan como grietas en la superficie del ser: lo visible es solo una de sus capas, quizás la más inestable.